El sabor era más intenso que el de la fruta comprada en la ciudad. Mi abuelo me enseñaba cómo regar las plantas y cómo reconocer cuándo una fruta estaba lista para comer. El trabajo en la granja empezaba temprano. Al amanecer ya se escuchaban los gallos y había que dar de comer a los animales. Después se limpiaban los establos y se revisaba el huerto.